Luces y sombras en la gestión de la calidad de la Salud Pública

¿De qué hablamos cuando hablamos de salud pública, en realidad? Porque el sistema sanitario (asistencial) se ha desarrollado de un modo tan gigantesco y desordenado, que parecería que no hay otra cosa. Pero la hay.

Cuando hablamos de salud pública estamos hablando del arte y la ciencia de decidir sobre unos recursos mayoritariamente públicos y unos derechos y libertades que son de los individuos y de la sociedad en su conjunto, y que pueden ser utilizados (o limitados), en función de una necesidad colectiva que consideramos superior (la salud). Para nosotros la salud no es un fin en sí mismo sino un medio o requisito para poder ejercer nuestra vida en plenitud.

Proteger y promover la salud es la misión de la salud pública, junto con la prevención de las enfermedades. Asombrosamente, en esta tarea el papel de los médicos puede ser muy pequeño porque esta ciencia es  multidisciplinar y la decisión afecta a múltiples intereses, incluyendo los económicos. Por eso sucede que, bien por la escasez de los datos de la vigilancia en salud pública, bien por la presión de lobbies y obstáculos diversos, o bien por la exigüidad de recursos (especialmente recursos humanos) las actuaciones en salud pública acaben siendo decepcionantes (de baja calidad, en suma), a la luz de los resultados.